
Ambos inflaron el pecho tras el histórico partido contra Rafaela. Ambos fueron los receptores de los elogios tras el objetivo cumplido. Uno por haber apostado a jugadores del club, por haber logrado un plantel con profesionales que sentían los colores y que darían la vida por dejar al Lobo en primera.
El otro por haber transformado a esos jugadores hinchas en un grupo muy unido y por haber sumado la cantidad de puntos necesarios para evitar un descenso que parecía inevitable.
Se confiaron. O se durmieron en los laureles. O creyeron erróneamente que había material de sobra. Entonces el árbol les tapó el bosque. En el momento de dar el salto de calidad, para consolidar lo logrado y trazar objetivos más ambiciosos, actuaron con excesiva confianza.
Los refuerzos no fueron ni contrataciones. Lejos de jerarquizar al plantel con dos o tres figuras de renombre, se movieron en el mercado de pases como si les hubiese sobrado algo en la temporada anterior.
Hoy pagan las consecuencias. Uno por haber pensado que aquella hazaña contra Rafaela cambiaría mágicamente la historia y no preocuparse en sumar herramientas para seguir construyendo sobre la base trabajosamente lograda.
El otro por no haber exigido un refuerzo por línea y por haber desechado el único refuerzo de jerarquía que se había sumado.
De las famosas cuatro patas necesarias para el éxito, dos se equivocaron.
La gente siempre está, los jugadores dan todo lo que pueden. Si Gimnasia nuevamente desenfunda la odiosa calculadora, es porque la dirigencia y el cuerpo técnico fallaron en su momento.
Conocían la materia prima, contaron con la posibilidad de mejorarla y con el tiempo para realizar un profundo análisis de situación. Hoy no encuentran la salida.
Por eso ambos, de la misma forma que expusieron sus sonrisas en épocas de bonanza, deberán cargar la pesada mochila de la responsabilidad absoluta en estos tiempos de vacas flacas.
FUENTE: http://www.cielosports.com